Sudy y su Sugar Daddy
Abro el debate con un relato sobre las relaciones de este tipo. ¿Estarías dispuesta(o) a una relación en la que el amor no es la motivación? ¿Conoces a alguien que es feliz así? Deja tu comentario
Sudy bajó a recorrer el centro comercial que estaba al lado del hotel, a pocos minutos de la Torre Eiffel. Zen se quedó solo en la habitación.
No la acompañó porque ella se lo pidió aunque hizo un poco de resistencia.
–A los hombres no les gusta ir de tiendas con las mujeres.
–Eso dicen pero no todos somos así.
–Yo prefiero ir sola y a mi ritmo. Sin la presión de que me esperan. Claro, al final ellos pagan todo.
–iVaya! Te sacaste la lotería con tu Sugar Daddy –pensó en silencio Zen recordando que Sudy, una amiga desde hace varios años, tenía cierta visión lucrativa respecto a los hombres–. Entonces él paga todo a cambio de casi nada, digo, ni amor– reflexionó Zen en voz alta.
–Sí, mi curso de inglés de unos meses en Irlanda, y las clases de fútbol, inglés y japonés de Matt– explicó con el tono de que se justificaba eso y más por el bien de su hijo que en poco sería mayor de edad.
-Y tu alquiler y los demás gastos de tu vida, imagino.
-Sí, eso también.
Sudy pisaba los 40 años de edad, había sido aeromoza y al migrar a Argentina consiguió que un hombre adicto a la soltería y que lucía 20 años más viejo, se hiciera cargo de ella y de su hijo.
Eso sí, había una condición, los miembros de esa pareja no vivían juntos y no hablaban de amor.
La estabilidad
Era delgada, alta, de larga cabellera negra y sus ojos un poco achinados atraían obsesiones después de las miradas iniciales.
Zen sabía que su amiga había tenido siempre en mente el tema de que un hombre “le resolviera” y dejó de trabajar cuando vio la oportunidad.
Ya tenía garantizado el respaldo monetario de quien ella, en el fondo, creía que era gay.
–No puedo dejar la tranquilidad y estabilidad que tengo ahora por nada. No tengo mejores propuestas– le respondía a Zen cuando él le preguntaba en qué iba su “noviazgo”.
A veces ella iba más allá en justificarlo y asumía que lo hacía por fragilidad:
–Vivir en otro país sola no es fácil. Hay muchas cosas que no vas a entender. Para ti puede ser tonto que yo siga con alguien así. Pero la verdad es que yo no puedo dejar la estabilidad que siento por el momento. O sea, la realidad es que yo vivo esta vida hasta que yo decida tener algo mejor para mí.
-¿Y por ahora manda tu mente y no tu corazón?
–Exacto…hasta que yo considere algo mejor en mi vida.
–A mí me cuesta ser tan moderno. En mi caso cuando estoy con alquien me doy en exclusividad, emocional y sexualmente. Y aspiro lo mismo de ella. Quizás por eso no me he metido a buscar a alguien en esas aplicaciones que son para pasar el rato.
No había misterio en lo que Sudy quería y el precio era alto. Por casi ningún lado se asomaba el amor, más allá que el de una madre.
La presión
El Sugar Daddy de Sudy, no se imaginaría que su “pareja” estaba disfrutando con un amigo en París. ¿O sí? Total, Sudy nunca publicó una foto con Zen juntos en la capital parisina.
De hecho, nunca se la tomaron. Las fotos que ambos se hicieron no incluían al otro y parecía no haber presión para esa foto en pareja.
Esos días en París, Zen sintió cómo ella armó todo para que él fuera su segundo Sugar Daddy, solo que Zen no estaba esperando nada a cambio, ni siquiera sexo.
Disfrutaron del paseo por el Sena, subida a la cima de la Torre Eiffel, visita al Castillo de Versailles, Museo Louvre y otros sitios emblemáticos a los que fueron juntos por cuenta de él.
Pero ningún paseo tuvo tanto valor como esa visita que Sudy realizó sola al shopping mall.
–A mí me encanta un centro comercial.
–¡Qué bien! Realmente, son lo último en mi lista cuando visito una ciudad con tanta riqueza cultural. Solo para comprar recuerditos me sirven.
–Ves, por eso voy sola.
Zen la entendía, aunque no tuviera hijos. Sudy tenía la presión de llevar obsequios para su hijo y otras amistades. ¿Y para su Sugar Daddy?
Aunque tenía tarjetas de crédito para pagar, nunca las usó porque al cambio era desventajoso, decía ella. Así que llevaba el efectivo aportado por su principal “donante”.
Había una presión extra. Zen sabía que esa semana era el cumpleaños de Sudy, aunque se separarían justo el día antes de la celebración.
Expresamente planificaron todo para que Sudy fuera por primera vez a la capital parisina. Zen ya había estado ahí y quería explorarla de nuevo, con otros ojos.
El tema de la inconveniencia del uso de la tarjeta de crédito argentina para hacer pagos en moneda extranjera fue la excusa perfecta.
Sudy no pagaría nada y tendría un regalo de cumpleaños que nunca imaginó.
Y aunque algunos no crean tanta bondad sin condiciones, Zen le regaló el pasaje y la estadía junto a él en el hotel. No habría inconveniente en compartir la habitación. Eran amigos.
La química
Pero de repente, toda la química amistosa se volvió turbia cuando desde el primer día Sudy empezó a insistir en que quería una cena romántica en la Torre.
Algo que obviamente Zen, muy claro con su inteligencia emocional, no iba permitir. Prefería reservar esa experiencia para un romance de verdad. No quería confusiones ni simulacros hollywoodenses.
Ellos eran solo amigos, aunque habían ido y venido con juegos eróticos mutuos durante sus respectivas etapas de soltería, cada quien en un país distinto.
En los reencuentros a veces podrían volver a esos juegos. Pero esta vez el escenario estaba dado para que no jugaran a llenar vacíos.
Aunque Zen estaba soltero, ya había superado esa etapa de tener sexo solo por tenerlo, así que no llevaba ese condón del “por si acaso”.
Y aunque su amiga era una mujer atractiva y fogosa, el solo hecho de imaginarla como madre de sus hijos le aterraba.
No porque fuera mala madre, sino porque no tenían nada en común.
Y quizás a ella le aterraba también. El primer día no insistió en que Zen fuera por protección a la farmacia más cercana cuando truncaron el inicio de un juego de bajos instintos, ahí en sus entrepiernas.
No hubo más partidas. Zen era un romántico, pero no de los que fingen romance para llevarse a una mujer a la cama. Y con ella esa chispa de romanticismo no se encendía. Sudy era efervescente al menor comentario carnal pero por ninguno se saltaría su regla de protección total.
-Dije no.
La división
Solo los astros sabrán qué hubiera pasado si algo se hubiese consumado en esas camas de hotel.
Por sincronicidad pasó que les habían dado una habitación con dos camas pequeñas que se unían. Ellos al final las dividieron, solo un poco, por el centro.
–No entiendo nada de eso de Saturno y las cuadraturas– le comentó Sudy tras ver en el teléfono de Zen los primeros 20 segundos de un video sobre los signos zodiacales, a propósito de su cumpleaños.
–De eso se trata la astrología seria– le explicó Zen sobre ese video posteado en el perfil de Instagram de una astróloga.
–No me gusta. No es lo mío- dijo ella y le devolvió el teléfono.
Sudy prefería las predicciones más digeribles de una influencer tarotista, en lugar de toda la nomenclatura astrológica de quien para Zen tenía más sustancia y más certezas.
Zen consideraba a Sudy su amiga por el tiempo que tenían conociéndose pero en el fondo sabía que ella estaba de salida en su vida. Aunque no estaba seguro si ella lo quería de entrada a la suya.
Él había cambiado mucho en 17 años, y ella también. Pero él se había vuelto más bondadoso y empático. En cambio ella era ahora calculadora y un poco resentida, capaz de estar en una “relación” solo por conveniencia monetaria.
Si un hombre hiciera lo mismo con una mujer, y se buscara una Sugar Mommy, sería criticado…¿o no? Y más allá de la crítica a lo transaccional, qué tal su propia conciencia inquieta.
–No sabía que teníamos tan poco en común– le dijo Zen la noche antes de partir.
–Yo tampoco.
Por más que Zen buscó una conversación trascendental que iluminara las mentes como el titilar de la torre Eiffel al marcar cada hora, sus diálogos fueron vacíos, ventosos y fríos como esa última noche en la cima del monumento. Él solo le funcionó para las fotos.
A ella no le interesaba una conversación trascendental, ni el arte ni la cultura parisina, solo las fotos para Instagram.
El romance
Más allá de entender toda la dinámica de su amiga siendo consumida por su dualidad de estar con un hombre con el que no estaría si no la mantuviera, Zen se dedicó a fluir como un bote sobre el río Sena.
Pero las cosas no fluyeron cuando Zen vio que ella fruncía el ceño. Sin cena romántica en el horizonte, Sudy no quería quedarse con las ganas de vivir la “experiencia” que las películas y las redes le hicieron anhelar sobre postear su propia vida de película en París.
En el paseo en bote por el Sena, Sudy se fijaba en la mujer y el hombre que se daban un beso al pasar por debajo de cada puente. Fueron más de 30 besos y a cada uno le contaba a Zen, que estaba de espalda a la pareja.
–Ooooootra vez, qué amor o qué tortura– le decía Zen dando a entender que el romance ajeno no le resultaba contagioso.
Cuando empacas para un viaje a París no puedes llevarte un amor que no sientes. No vale que te lleves todo lo demás como la utilería de una obra de teatro.
Ella había empacado dos vestidos de noche. Uno negro y otro, el rojo pasión, que lo usó para tomarse fotos cual modelo a los pies de la torre Eiffel.
Aquellos fotógrafos con más marketing que técnica, la convencieron -después de mucho regatear- de que unas fotos “profesionales” eran imperdibles.
–¿Cuántas fotos?
–Dos fotos 10 euros. Con video, 20 euros. Si no gusta, no paga– le explicó en rústico español uno de los captadores de turistas que se ganaban la vida así.
–¿Con accesorios?
–Sí, paraguas, corazones, sombrero.
La negociación se extendía entre ellos pero todos los involucrados miraban a Zen, como si tuviera la última palabra. Los vendedores también se hacen películas mentales.
—Decide tú, con quién te sientas cómoda– le comentaba Zen, quien no tenía nada que opinar cuando a su amiga un pensamiento se le incrustaba en la mente.
Un vestido rojo, varias poses y la Torre al fondo. Una ametralladora de clics se escuchó por 5 minutos.
Luego, el silencio ególatra e inseguro de ver todo el material por 20 minutos más. Zen no intervino en la selección.
Al final las dos fotos que Sudy escogió, al acercarlas, se pixelaban.
Fiasco total, con la luna desenfocada, la Torre a medias y ella completamente insatisfecha.
El mensaje
Volvieron al hotel esa noche y el otro vestido elegante se quedó intacto en la maleta.
Ambos madrugaron y Zen, que tenía un vuelo 5 horas después, la acompañó al aeropuerto. Se despidieron con un abrazo frente a la puerta de embarque porque iban a destinos distintos. Sudy solo le dijo:
–Feliz viaje.
Mientras Zen la veía alejarse con la incógnita resuelta de por qué nunca tuvieron una relación, sentía que faltó esa palabra mágica.
Horas después cuando Zen preguntó por mensaje de texto cómo había llegado, Sudy respondió y agregó una sentencia a la historia:
-iGracias por todo, a pesar de que no somos compatibles ja... te quiero!
¿Qué respondería Zen a eso? Con el clásico “yo también” se saldaron las deudas.
Sudy más nunca le escribió y Zen creyó que abortó a tiempo los supuestos planes de ella de convertirlo en su nuevo Sugar Daddy.
Aunque no fuera la realidad, Zen sospechaba que ella andaría en busca del próximo cada vez que se agotara el anterior.
Por un instante, en el vuelo de regreso a casa, cruzó por su mente que solo un poco de amor en ese viaje a París hubiera hecho de Zen esa “mejor opción” que Sudy anhelaba para detenerlo todo.
Y tú, ¿tienes alguna historia que compartir sobre este tema?
Como mujer que se valora, no estaría dispuesta, sentiría que estoy vendiéndome. Pero conozco personajes así y no sólo no son felices, sino que al final, no han acabado bien. No juzgo a quién lo haga, pero estoy en total desacuerdo. Muy interesante el tema .