Lo que aprendí de tus dragones y los míos | + Poema del Presagio
Quizás pensabas en aquellos episodios de reinas y reyes, en esos juegos de tronos y dragones que aún hoy nos seducen.
“Qué será…¿que no somos de esta era, Su Majestad?”, te dije por texto después de que me confesaras que leerte historias y poemas al teléfono te transportaba como a otra época.
Quizás pensabas en aquellos episodios de reinas y reyes, en esos juegos de tronos y dragones que aún hoy nos seducen.
“Me gustó mucho escucharte leer ayer. No sé si le presté tanta atención al mensaje de lo que leías… estaba más distraída en cómo lo leías y me contabas el cuento”, me explicaste, ‘Su Majestad’, en medio de esa oscuridad que te arropaba en la distancia.
Te oía en la nocturnidad que me observaba disimuladamente en mi habitación, a la espera de que mi celular se quedara sin batería.
Solo el cortejo de libélulas sobre las flores de la ventana, apareándose en forma de corazón, tenía más desparpajo que nosotros. Y de fondo la sinfonía de grillos embelesados por la luz titilante del portal de la casa.

De pronto, desde tu guarida en aquel rinconcito del clóset de tu habitación compartida, me asestaste esta pregunta en una de nuestras tertulias de poesía: Su Alteza ¿en qué anda tu mente, en medio de esa oscuridad temporera de la medianoche?
Respondí con otra confesión de la realeza:
Lo que por ti…mi mente
anida en este instante
unge este pecado penitente:
encender la llama flamante
de tu corazón ardiente
En definitiva había una conexión espacial. De esas que nos hacía pensar en la telepatía para hablarnos como los marcianos.
Y también imaginar si habría wifi en otra galaxia. “¿Y si nos vamos por un agujero negro y llegamos a otra dimensión?”, hacia allá volaste con tu mente.
“Mi corazón late más fuerte leyendo estas cosas”, atinabas a decir, musa de la realeza, cuando mis palabras despegaban en un cohete por ti y aterrizaban en tu WhatsApp.
Y volábamos en él abrazaditos para implosionar en una sola lluvia de partículas subatómicas. Ahí, gracias a volar junto a ti, entendí lo que era un solipsismo.
Esa “forma radical de subjetivismo según la cual solo existe aquello de lo que es consciente el propio yo”. Y en nuestro caso, descubrimos que había dragones custodiando cada pórtico de los castillos de nuestros corazones.
El reinado
Ambos parecíamos conscientes de esa manía de pensar en el otro, pero en el subconsciente vivía agazapado un miedo al ritmo vertiginoso con que corría otra conexíón paralela.
Esa conexión que buscábamos cada uno con nuestro propio potencial, como seres únicos, en momentos de cambios profundos o de sanación que a veces requieren ir lento.
Como poeta, pensaba que cuando tu musa también escribe, el clímax llega cuando intercambias poesía o reflexiones sobre la vida junto a ella.
Su Majestad, sabías que una relación es algo que se va construyendo. Y es a la vez una de las mayores decisiones de un reinado.
La construyes primero contigo misma (o), y luego el otro es espejo de eso que construiste, para al final compartirse entre sí.
En ello conectábamos igual. “Eso es muy bonito”, decías suspirando y el eco de tu aliento traspasaba cual cometa al otro lado de la galaxia telefónica.
Mientras tanto, en este relato parcialmente inventado de una “amorarquía” (el sufijo -arquía significa “orden” o “gobierno”. Por ejemplo: monarquía) de corta duración, ya intuía que en el cuento aparecerían los dragones sin luz.
Son esas libélulas (dragonfly en inglés) temerosas de volar, de guardar el equilibrio cuando surgen los giros inesperados en los estanques de recuerdos… las conversaciones sinuosas en los ríos de análisis existenciales “desde alma”.
“Esta conexión que tengo contigo es otra cosa. Es como si cayera tan…en su lugar todo”, me escribiste tras un arrebato erótico que nos hizo levitar y sudar por dentro.
Era tan natural. Cuando decías que mi voz era mi arma mortal y te atrevías a ponerle extractos de poemas, como éste, a lo que anhelabas junto a mí en nuestro reinado.
“Elijo no sufrir inútilmente… Elijo amar este tiempo por una vez, con toda mi inteligencia”, escribiste tomando prestadas las palabras de la poetisa feminista Adrienne Rich para ratificar que querías ir en serio.
¿Y sufrir no estaba contemplado en nuestro reino, aunque era inmanente a nuestra esencia? En un giro inesperado de los acontecimientos en pleno desarrollo, un día elegiste decretar: “He estado más pensativa de lo usual, con mi mundito existencial”.
La renuncia
Desde tiempos inmemoriales, las comparaciones de sentires ( del estilo: no te quiero como tu a mí) tienden a convertir pensamientos en intrigas palaciegas.
Temes perder el control, te aferras a los dictámenes del miedo y huyes del castillo cabalgando en un dragón sin luz.
Mi último poema presagiaba que tú, la musa real, renunciaría a su trono. Como quien interrumpe una conexión espacial, lanzaste esa frase que absorbía toda la luz de lo vivido, tu versión sentimental de un agujero negro cuya entrada fue un mensaje de texto: “No estaba siendo honesta ni contigo ni conmigo”.
Entre tantas estrellas de lo que alguna vez fue nuestro reino, se apagó la luz de ese dragón-cometa que juntos cabalgamos en la oscuridad interestelar.
La implosión solo arrojó al cosmos una última chispa de inspiración que se albergó en el corazón de este poeta para rendirte tributo en otra dimensión…
Una más espiritual para las almas que trascienden el reinado del espacio y el tiempo de los humanos. Cuando ‘el ser y el estar’ se juntaron como cabezas de dragones, ambos proclamaron el fin de la más efímera “amorarquía”. ¿FIN?
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BONUS post
Poema del presagio
Autor Rey Rod | Factor Pasión. Copyright 2022
Sin reparos, junté mis remiendos
para contar esta historia de “amor” con una reina.
Yo solía desdeñar del linaje monárquico
y al ver que sus antepasados
le prodigaron dadivosamente elogios sobre la realeza,
decidí paladear su alma,
como quien liba toda la luz del universo
en un agujero negro.
Ahí estaba ella coronada de musa,
sorbiendo poco a poco mis poemas.
Mientras que por su mente corría,
como mágica terapia reparadora,
un río de palabras rocambolescas
que nadie más que yo le diría…
Así su corazón se abrió.
El sonido de mi voz lo alcanzó todo
e hizo vibrar las telarañas de los tiempos
en que la reina sobrevivía
con menos de lo que merecía,
pero bien pudo ella asimilar que en su trono
le aguardaban tesoros
que aún estaban por develarse.
Así, cada mañana, frente a los jardines
de ese palacio lingüístico construido para ella,
la reina se asomaba a su balcón predilecto
con vista interestelar.
Desde ahí podía divisar,
entre cometas aduladores de su hermosura,
un astro más profundo e íntimo.
Y por las noches, aunque parecía lejano,
él lograba transportarla
hasta llegar a un clímax viajero
por todas las sensaciones reales
que su abolengo lírico anhelaba.
Ese astro, era yo,
que al sentirme inmerso
entre su cosmos onírico de flores y de máquinas,
lo comprendí todo.
Las trompetas y arpas de mi alma de poeta
le dieron la bienvenida a una monarca
dotada de un escudo a prueba de sortilegios.
Y juntos fuimos
los reyes de la luz de las palabras,
sin las ansias de un futuro terrenal
en nuestro reino cuántico.
Ni nada pudo apagar
la intensa fuerza gravitacional
de dos almas atraídas formando un agujero negro
donde el tiempo se doblegó sinfín,
sin final de “felices para siempre”.