Factor Pasión
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El parche rosa
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El parche rosa

¿Qué es lo que te empuja a ser quién no eres? Pon atención a las señales. Mil gracias por tus comentarios al final. ¿Qué harías en el lugar de Zoe?
“Cuando Tomás regresó de Zurich a Praga, le invadió una sensación de malestar al pensar que su encuentro con Teresa había sido producido por seis casualidades improbables.
¿Pero un acontecimiento no es tanto más significativo y privilegiado cuantas más casualidades sean necesarias para producirlo? Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje.
Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla. Tratamos de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso del café en el fondo de la taza.”
Milan Kundera - La insoportable levedad del ser


Cuando Zoe nació todos en la ciudad sabían que ella tendría un solo ojo.

Ya, desde antes, sus padres supieron la noticia de que su niña no sería “normal”.

Un parche rosa fue su elección para darle la bienvenida a Zoe a un mundo obsesionado con la simetría y la normalidad.

Desde el primer día se lo pusieron como una protección. Para evitar complicaciones clínicas, la operaron varias veces y el parche seguía ahí cubriendo la venda quirúrgica.

Era natural que Zoe intentara arrancarse el parche rosa, pero no, lo acogió como una manta tibia sobre su oquedad.

Los médicos recomendaron que desde muy pequeña Zoe tendría que ir a terapia psicológica.

Pero era solo una niña cuando ya era capaz de decir que había sido un privilegio nacer así.

A diferencia de una oscuridad total, ella tenía esa ventana luminosa al mundo que era su ojo derecho.

En sincronía con su sonrisa infantil, brillaba su “ojo mágico” como una luna llena.

No importaba que su otro lóbulo estuviera vacío.

Al principio, el parche rosa permitió que esa fulgurante mirada de Zoe fuera el blanco de las miradas ajenas.

Por eso su mayor prueba no era mirarse al espejo con su único ojo cuando se quitaba el parche. Su visión solo apuntaba directo a la luz, no a la oscuridad.

Pero con el tiempo ese parche rosa se volvió un recordatorio de que la gente notaba que era diferente.

La gente comentaba a su paso, aunque como cualquier persona con dos ojos, Zoe pudiera hacerlo casi todo y hasta más.

Ella sabía calibrar su ojo para no pestañear mientras se llenaba de imágenes de atardeceres rosa o púrpura.

Luego, con el ojo cerrado, su mente retrocedía o adelantaba como una cámara en modo rápido. Así como cuando leía un libro o estudiaba, no se perdía ni un detalle en su memoria.

En medio de ese cielo tornasolado su ojo perseguía hipnotizado la danza sincronizada de los estorninos de Salamanca, España, la ciudad donde nació.

Su ojo se deleitaba siguiendo esa majestuosa coreografía aunque el fondo sabía que era el arma colectiva para huir de los depredadores.

Ella se preguntaba: ¿Cómo para salvarse, cada quien renunciaba a sí mismo y era súbdito del radar del grupo, como un gran ojo formado por los ojos de miles?

Lo único que no habría podido hacer hasta entonces, a sus 5 años, era llorar. Sus médicos del hospital local lo habían notado al nacer. Hubo llanto pero no había lágrimas.

Sin tener ojos se podría llorar, pero Zoe era un caso especial porque sufría la ausencia de secreción lagrimal. Podría estar triste y sollozar, pero no rodarían lágrimas por sus mejillas.

Como su visión monocular era congénita, Zoe no tenía una sensación de pérdida.

Pero sí parecía frustrarle que nunca sentiría una gota de dolor o de alegría corriendo por su rostro.

Aunque usara un ojo artificial y dejara de usar el parche rosa, ¿cómo podría llorar a lágrima viva?

Pese a las miradas y el chismorreo de la gente en la calle, Zoe nunca sufrió de bullying en el colegio o la secundaria porque sus padres decidieron que era mejor educarla en casa.

Hasta que llegó el momento en que ya no era una niña. Al volverse una adolescente que entraría a la universidad todo fue distinto.

Aunque podrían haberlo decidido sus padres, le dejaron a Zoe decidir si quería un ojo artificial antes de que empezó a ir la universidad.

Para llenar ese vacío y dejar atrás el parche rosa ¿tú, al final de tu adolescencia, qué hubieras hecho?

A Zoe le serviría una prótesis ocular solo por razones estéticas ya que su visión del mundo sería la misma. Para otros en su situación, el impacto psicológico era un factor inobjetable, pero no para Zoe.

Tenía disminuida su visión periférica y la percepción de profundidad. Pero como era así desde que nació, a su cerebro no le tocó adaptarse.

Para moverse en un espacio como el de la Universidad de Salamanca, usaba la técnica del gato para no chocar con los objetos o con otros estudiantes en el lado ciego de su campo visual.

Antes de dar el primer paso, escaneaba el lugar con su ojo casi fotográficamente moviendo la cabeza de un lado para el otro.

Así iba recorriendo las calles, parques, monumentos o tiendas. Y claro, tenía que parar cada cierta cantidad de pasos; o si había mucha gente u objetos giraba su rostro mientras avanzaba.

Para otros adultos que empezaran a vivir con una visión monocular, sería un reto reaprender cosas como estrecharle la mano a alguien, subir escaleras o simplemente servirse un vaso con agua.

Pero Zoe lo tenía ya todo controlado en esta faceta universitaria, menos llorar.

Una tarde justo días antes de la Navidad, mientras miraba el vuelo hipnótico de los estorninos desde su balcón, ocurrió algo mágico.

Un estornino se separó de su bandada, se coló por la puerta y acabó cayendo sobre el pequeño colchón de la habitación de Zoe.

Estaba malherido y ella de inmediato buscó un trapo para sujetarlo suavemente en una mano, mientras el ave temblaba y emitía un murmullo entrecortado.

Zoe sintió por primera vez el latir del corazón acelerado de otro ser vivo y cuando detalló al intruso volador de pico amarillo notó que solamente tenía un ojo.

Por razones obvias, Zoe sintió que la llegada de aquel pequeño pájaro no era casualidad, sino un mensajero del Universo.

Pensó tantas cosas en pocos segundos y sin saber qué haría mientras el estornino agonizaba.

Se preguntó cómo la diminuta ave había perdido su ojo…en una pelea, en un choque, en una huida por su vida o quizás había nacido así, como ella.

Incluso imaginó qué pasaría si el pájaro pudiera salvarse y volver con su familia con un parche rosa que ella adaptaría para él.

Zoe creyó que mientras su ojo y el del estornino cruzaron miradas, él también se hizo un lío de preguntas sin respuestas.

–Vas a estar bien, amigo– atinó a decirle mientras acariciaba sus plumas, como queriendo predecir o evitar un desenlace.

Pero Zoe no dimensionó la gravedad del sufrimiento de su nuevo amigo de visión monocular.

Cuando en su mano sintió el vacío que dejaba la ausencia de latidos y se apagó el último murmullo, a Zoe se le hizo un hueco en el corazón.

De pronto, mientras miraba el ojo inerte del estornino, rompió en llanto con un penetrante dolor.

Tuvo pocos segundos para correr hasta el baño con el ave entre las manos, porque había sentido por primera vez rodar una lágrima debajo de su ojo.

Y después otra, y otra y otra más.

Cuando entró, encendió la luz, y sin saber si llorar más de dolor que de alegría al mismo tiempo, miró y palpó las lágrimas frente al espejo.

Qué sublime sensación abrir la ventana a esa emoción, tocarla y zambullirse en ella aunque quemara como agua caliente.

Aún sostenía en su mano al pequeño bailarín de atardeceres cuando se fijó en qué le ocurría a su parche rosa de toda la vida.

Lágrimas de sangre habían empezado a brotar y teñían de rojo intenso su venerado parche rosa.

Zoe cerró su ojo e intentó calmarse respirando profundo.

Por un instante recordó que la alcaldía local catalogaba a los estorninos como una plaga ruidosa, nociva y agresiva de la había que librarse con petardos y hasta láser.

Y aunque algunos de la especie sí fueran despiadados en busca de alimento o nido, ese pequeño estornino moribundo le había dictado un poderoso mensaje, tan luminoso y quirúrgico como un láser sanador de sus ojos.

Por más piruetas que ella había hecho en su vida para encajar -y danzar con la bandada- solamente volando fuera de ella podría marcar una casi milagrosa diferencia para alguien más.

–Yo no quiero ser normal– fue el grito desgarrador de Zoe al corroborar que, con o sin lágrimas, era maravillosamente única e irrepetible.

PD: Más nunca Zoe dejó colar en su mente la propuesta de un ojo artificial para verse “normal” y en su ciudad encabezó un movimiento social donde el parche rosa y una lágrima roja simbolizaron la lucha para que todos miraran los problemas y soluciones desde las perspectivas de todos los involucrados, incluyendo a los estorninos.

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