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La música
Tan sorpresivos y crispantes como algunos cuentos de Hans Christian Andersen, que no tenían un final feliz, eran los episodios de turbulencias en pleno vuelo.
Zen recordaba que pueden poner a cualquiera al filo de un cataclismo emocional. De hecho, alrededor de Zen otros pasajeros ya estaban con crisis de nervios temiendo lo peor.
Sin poder despegarse de su asiento, oía algunos gritos y captaba los rezos de muchos a bordo.
Mientras hacía una inmersión en sus sentidos sintonizó con una energía luminosa.
En esa red de WIFI espirituales formada por cada ser en el vuelo, Zen navegó por el avión con su empatía.
Comprendía lo que pasaba por las mentes de sus vecinos de viaje. Y pudo conectarse a ellos con compasión.
Varios años atrás Zen reaccionaba con el mismo temor y ansiedad incitado por visiones fatalistas. Pero ahora conocía una básica enseñanza del budismo.
“El mundo que nos rodea es inseparable de nosotros mismos, construimos las realidades que nos circundan, y nos construimos junto con ellas”, esa era la frase que explicaba la naturaleza holística que regía el Universo, y eso incluía al pequeño universo de Zen en expansión.
Por esa corriente de ideas, Zen había aprendido que la palabra “mandala” describía los mundos que surgen inseparables de nuestras mentes.
Esa palabra significaba “círculo” y representaba las fuerzas que regulan el Universo, como las turbulencias desatadas por cascadas de energías que se funden caóticamente al paso del avión.
Pero su definición iba más allá de un mundo material y las conocidas pinturas geométricas coloridas.
Los mandalas lograban situar su mágico poder en el observador, en los límites de la mente, las energías y las emociones.
Así que Zen usó toda su energía para no contagiarse de aquella sintonía con lo adverso. Esa energía que emanaba de algunos pasajeros era como un mandala sin luz. Por lo que Zen tenía otro plan, infiltrarse en ella para transformarla.
Empezó a respirar profundo y murmurar al ritmo de un poderoso mantra de invocación a la paz, el Om Shanti Shanti Shanti (om, paz, paz, paz). Tal murmullo apacible era como música que resonaba en su interior y se expandía hacia afuera.
Y sin importar cada interrupción turbulenta, empezó a sonreirle a quienes tenía en su campo visual.
¿Regalar una sonrisa podría ser igual de contagioso y disruptivo? ¿Sería el primer punto del círculo de un mandala formado con las personas que lo sintonizaban a bordo?
Zen logró descifrar que varios en ese avión comprendieron que aquello era un mandala de sabiduría. Que varios seres, con sus distintos colores, armonizaban y conectaban entre sí con sus miradas, sonrisas y su música interior.
A medida que la intensidad del murmullo colectivo creció, disminuyeron los abruptos sobresaltos de la aeronave.
“¡Qué momento único! ¿Quíén iba a creer que un murmullo musical acabase apaciguando los turbulentos suspiros del monstruo de las nubes?”, eso le dijo Zen a un viajero cercano quien respondió con un largo suspiro de alivio.
También el corazón de Zen palpitó aliviado al ver por la ventana cómo las alas del avión, hechas para resistir esa combinación de fuerzas de la naturaleza, no se dejaron doblegar por las melodías de malos augurios.
Continuará…
PD: Gracias por leerme y por favor comenta qué semilla sembró en ti este relato.
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