Continuación…
La catarsis
Ese aeropuerto, o nunca peor dicho, esa terminal, era el punto inicial de un viaje de no retorno a su interior.
Zen quería adquirir maestría en la exploración de las mentes. Y nunca volvería a ser la misma persona después de esa escala británica rumbo a Escandinavia.
Su radar cósmico se había expandido para captar el mensaje en clave que le señaló otro empleado del aeroparque.
Esta vez, el mensajero tenía una camisa roja que decía “Hygiene Technician” (técnico en higiene) y era notorio que se esmeraba mucho liberando al piso de tanta suciedad. ¿O quizás se liberaba a sí mismo?
Zen vio aquella escena en silencio y se preguntaba: ¿Soy testigo de una ‘catarsis’ para este hombre, como lo era para los antiguos griegos?
Ellos decían que la catarsis era la “purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza”.
A Zen le sorprendió más cuando, frente a dos supervisores, el señor de pelo canoso buscó una esponja.
Y de inmediato estaba ahí, arrodillado, apretando la esponja contra esa impureza tan pegada al piso que requirió frotar con mucha fuerza.
Esa imagen era para Zen como una metáfora de la purificación.
Ojalá, pensó, existieran más seres como aquel hombre para que este mundo se contagiara más de las “pasiones elevadas”, que a veces las experimentamos a ras del piso o más abajo, en los sótanos de la conciencia.
Esa actitud ante la vida era lo que los griegos resumieron en una palabra, Meraki.
El técnico en higiene parecía reunir la esencia de esta definición googleada sobre Meraki: “El alma, la creatividad o el amor puesto en algo; la esencia de ti mismo que se pone en tu trabajo”.
Zen tenía varios años intentando aplicar en su vida la actitud de Meraki como si fuera una escoba o una esponja limpiadora de su mente.
Con esa visión podría ver el brillo debajo de lo sucio y calibrar su mente de aprendiz de exploración en una vibración creativa.
Así se contagiaba su corazón y como si fuera una onda vibrante que emanaba desde adentro, se expandía a la gente a su alrededor.
La iluminación
En todos esos momentos de espera Zen dejó en segundo plano que otro mensaje tenía que llegar.
Al final apareció en la pantalla de información un cambio en la puerta de embarque por donde saldría su vuelo. Zen se levantó y se fue a llenar su vacío, el que había en su botella de agua.
Tuvo tiempo suficiente para agradecer esa pausa de espectador activo, sin intrusión, que le conectó más con su propósito del viaje.
Ahí se encorvó, presionó el botón del bebedero, saboreó como nunca ese sorbo de agua y al terminar se giró para marcharse con sus mochilas a cuestas.
Al pasar muy cerca del señor de la camisa roja, Zen se hizo notar y le sonrió como un símbolo de agradecimiento.
Éste le devolvió el gesto con otra sonrisa. Esa conexión fue como si una luz alumbrara todo aquel oasis de sabiduría inexplorada.
Y antes de que ese rayo acabara refractándose en el prisma multicolor de una obsidiana arcoíris, Zen abordó en solitario esos “dos viajes” que lo cambiarían para siempre.
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Continuará…
PD: Gracias por leerme y por favor comenta qué semilla sembró en ti este relato.
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