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La contemplación-El vacío | ZenXorio, 'guía turística' para empoderar a tu gurú interior
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La contemplación-El vacío | ZenXorio, 'guía turística' para empoderar a tu gurú interior

A través de este viaje por el mundo te trasladarás a los lugares más íntimos de tu corazón o tu consciencia. No necesitas pasaporte, solo déjate llevar por Zen y su método de exploración personal.
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Puedes ir escuchando el audio que encabeza este texto y/o ver la versión escrita que ves abajo.

La contemplación

“La sala de espera en un aeropuerto es un microcosmos de la naturaleza humana digno de contemplación, una de las formas más potentes de conexión”, era lo que pensaba Zen al ritmo del vaivén de los viajeros.

Al contemplar, como si fuera un acto de meditación dinámica, se fijó en aquel niño de unos 5 años que iba de pie montado sobre un peldaño de un cochecito para bebés.

El niño parecía disfrutar de ir a su ritmo, esquivando personas abordo de su versión reiventada de una patineta que tenía capacidad para pasajeros y equipaje.

Quizás el disfrute era mayor porque por detrás de él, empujando el coche de niño, iba su padre que le propulsaba con auténtica complicidad piloto-copiloto.

Y todo pasaba aprovechando que delante de ellos la madre cargaba en brazos al bebé y ejecutaba su propia coreografía de la complicidad maternal.

Les vio alejarse y desaparecer en la multitud de viajeros y empleados del aeropuerto.

Fue entonces cuando por un instante Zen pensó: “No recuerdo un momento así con mi padre, y mucho menos haber viajado en un avión con él antes de que muriera”.

Su padre le temía a subirse en aviones porque no tuvo el valor para intentarlo después de la primera vez.

Lo evitó a toda costa y como si se tratara de un trauma transgeneracional, Zen por mucho tiempo tuvo que lidiar con ese mismo miedo y con otros, como no haber aprendido a nadar.

Pensar en su padre le entristecía, ya que en el fondo y en retrospectiva, había aprendido a verlo como su “gran maestro” del desapego emocional a las personas y a su vez, como la estampa ruinosa del apego a lo material.

Antes de entenderlo así, esa energía paternal era una mancha en el corazón de Zen. Como el carbón volcánico que anhela ser un diamante, se sometía a presiones emocionales inimaginables.

Un simple pensamiento en el camino contemplativo de Zen podía darle un giro insólito a su experiencia de detectar gemas peregrinas.

Así que en una fracción de segundo una voz interior en la mente de Zen le susurró y desde ese viaje al pasado le hizo volver al presente, a su contemplación.

El vacío

De pronto, Zen notó que frente a sus ojos iba creciendo la fila de gente paciente para recargar su botella reusable de agua potable.

Un oasis para la sed eran esos dos surtidores que arrojaban el agua a ritmo de procesión.

La paciencia era recompensada con la oportunidad de obtener el valioso líquido vital que en la terminal aérea podría llegar a costar hasta 6 dólares la botella desechable.

Era un precio que sería poco o mucho dependiendo de la noción de abundancia de quién le preguntasen y desde qué lugar del mundo viajaba.

Algo sí era común para todos: la decisión de elegir entre las botellas reutilizables versus las de plástico de un solo uso.

Ese parecía un dilema que afectaba a la civilización de lo fósil en la que vivía Zen y trataba de desentrañarlo en un segundo de distracción.

Al otro segundo, apareció ella, la señora de la limpieza que colocó el aviso amarillo para advertir que el piso estaba resbaladizo.

¡Cuidado! Ella era el recordatorio de que esa especie de “refill moment” (un momento de recargar) podría acabar mal, y Zen se percató de eso.

“No hay nada más peligroso que la sensación de vacío emocional y en un aeropuerto hay todo tipo de peregrinos buscando cómo removerla o camuflarla, en el mejor de los casos”, fue lo que pensó Zen, mientras se identificaba con esas palabras.

Con el tiempo, Zen aprendió que a veces viajamos para rellenar el vacío que percibimos en nuestras vidas, cuando ya algo dejaba de apasionarnos y eso parecía normal que nos pasara.

Solo que al volver de esa travesía nos dábamos cuenta que el vacío seguía ahí y que incluso se volvía más profundo.

“Aunque des la vuelta al mundo, nunca lograrás viajar lejos de tu propio ser”, le decía Zen a su conciencia. Algo que apenas estaba experimentando era que muchas veces no hacía falta viajar, que el propósito de alcanzar la plenitud, sin vacíos ni apegos, lo lograría solo con viajar a la intimidad de su ser.

De todos modos sabía que para su ser y los otros peregrinos era muy nutritiva la aventura de ser turista, solo que el viaje interior requeriría un mayor entrenamiento mental y emocional.

“Al viajar hacemos dos travesías en una. Una al ritmo de nuestro cuerpo y otra a la velocidad de nuestra energía cerebral”, pensaba Zen abordo de esa nave espacial que era su mente consciente.

El aprendizaje repetido después de cada travesía por otros países era que las neuronas no siempre quieren acampar en cada lugar del camino, quieren ir a toda velocidad sin disfrutar los senderos que capta tu corazón o tu conciencia.

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Continuará…

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